sábado, 16 de marzo de 2013

"Las aventuras de Analim" - Cuento infantil



-Ahí, me duele un poquito - exclamó Analim señalando a su amigo algo en su espalda. 
- ¡Caramba, carambita! - replicó Merael - permití que vea dónde te duele -y dio vuelta rápidamente hasta situarse detrás de Analim. 
Luego observó detenidamente el lugar que le señalaba con un dedo, y palpó con suavidad todo el área, para ubicar exactamente el sitio. 
- ¿Es aquí? - preguntó. 
- Uy, sí, le contestó de inmediato Analim. 
- Tienes como una marquita roja - le explicó Merael - es parecida a una picadura de un insecto gigante, amiguito querido
- No es eso exclamó Analim, compungido - resulta que Dulceamor, se equivocó y en lugar de mandar la flecha a Adrián me la clavó a mí. 
- ¿Pero cómo hizo eso? - se sorprendió mucho Merael 
- Seguramente debe ser, porque giré rápidamente en una esquina para ir a verlo - respondió apesadumbrado Analim - sabía que estaba "casi" enamorado de Dina y quise alentarlo también, como Dulceamor, sólo que él me clavó la flecha a mí y ahora no sólo me duele, sino que a Dina la veo con otros ojitos. jijiiii....
Merael se agarró la cabeza llena de rulos rubios con ambas manitos, mientras volaba en círculos alrededor de su amigo. Estaba muy sorprendido, ellos no se enamoraban como los humanos, los amaban tiernamente, eso sí y mucho, pero ¿enamorarse, enamorarse?, no, eso nunca había ocurrido y ese querubín de Dulceamor, ¿no podría haber tenido mejor puntería? mmm... 


Y estaba así pensando y pensando, mientras Analim, seguía quejándose despacito. Entonces tomó una decisión, lo llevaría a la Pirámide de Sanación, allí seguro pero segurísimo, lo sanarían por completo. Así que mirando los ojazos muy azules de Analim, donde asomaba tímidamente una dulce lágrima, le puso un bracito por el hombro, cuidando de no tocar las plumas de su amigo y le dijo:
- Querido, te llevaré ahora mismo a la Pirámide, la misma donde se sanó Damabih, nuestro compañerito.
- ¿De veras me llevarás allí? se sorprendió su amigo - dicen que hay que pedir hora, a veces nos hemos sentido un poco mal porque los humanos nos ignoran, eso lo sabes bien y en la Pirámide, nos sanan de todo dolor, inclusive emocional - de manera que hay cientos, ¿qué digo? miles de ángeles como nosotros, un poco tristes que van allí. 
- Ya verás que nos atenderán rápido, porque así lo siento y siempre le hago caso a lo que siento para no equivocarme, y si hay que esperar un poco, esperaremos - replicó Merael


Y así volando con suavidad, ya que la flecha de Dulceamor había dado justo, justo, debajo del ala izquierda de Analim, lo llevó hacia la Pirámide de Sanación. Al llegar, se deslumbraron ante su brillo; la Pirámide era de puro cristal que reflejaba la luz, y todos los colores brillaban dentro de ella. Había pocos angelitos, tenía toda la razón Merael, siempre hay que hacer caso a lo que se siente, y aguardaron apenas tres minutos, hasta que los llamaron con una campana de ángeles. 


Cuando se presentaron, Merael, contó el percance sufrido por Analim a un ángel sonriente que estaba en la puerta y poco después lo atendió ¡Rafael en persona! el Arcángel de la Salud. Rafael lo miró con sumo cuidado, apartando unas plumitas del ala izquierda, y observó atentamente la pequeña herida, luego dirigiéndose a Analim, le indicó que pasara dentro de la Pirámide para su atención. El angelito pasó con un poco de miedo, pero al estar ahí, se dio cuenta que todo era para su bien, de modo que se quedó muy tranquilo y en paz. Dentro de la Pirámide era todo de ¡una belleza increíble!, se reflejaba la luz en mil colores, como un prisma, colores que volaban y se movían danzando al compás de una sinfonía exquisita, alrededor de quien estuviese ahí. Analim sonrió, maravillado por tanta hermosura y se quedó quietecito, quietecito, recostado en una especie de camilla también de cristal, toda transparente que rotaba y daba vueltas a medida que lo necesitaba, mientras disfrutaba de la luz bailando a su alrededor que le hacía cosquillas lindas. Estaba muy feliz, percibía los suaves rayos del sol sobre él y cómo llegaban atrás, para sanar su alita herida. ¡Una delicia! y así, en apenas minutos, estuvo radiante y sanito. Salió con su cara muy alegre y le iba a contar a Merael lo hermoso de todo, cuando Rafael dulcemente le dijo: 
- ¿Cómo estás ahora respecto a Dina?
- ¿Dina? - preguntó Analim - ¿qué sucede con ella? - se había olvidado por completo de su incipiente enamoramiento por suerte, ya que los angelitos aman de otra manera. 
De modo que agradecieron mucho, mucho, ambos la atención, batiendo las alas al unísono, y se alejaron bajo la mirada complaciente de Rafael.


Durante el regreso, Merael le preguntó si quería comer algo, y como ese asunto de la sanación le había despertado el apetito, Analim le respondió afirmativamente, así que bajaron a un jardín y se fijaron si había esos pétalos de rosa por los cuales estaba tan engolosinado, y por suerte los había ¡y en cantidad! Los dos se quedaron bajo unos rosales y Merael convidó a su amiguito con pétalos de rosa blancos, pero Analim, le dijo que precisaba más energía en ese momento, por lo cual eligió especialmente pétalos rojos, que saboreó con deleite. Ambos se dieron un pequeño banquete ya que había en el suelo, cantidad de pétalos, y Merael comió sólo blancos que eran los que más le gustaban y un poquito nada más de amarillos, para ser más inteligente aún. Vio luego con simpatía, cómo Analim se llevó bajo el alita derecha, unos pétalos rosas para ser más amoroso si es que se podía. Y más tarde ambos volaron tan, pero tan alto que se perdieron de vista, en el cielo azul…


Delia

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