UN ADELANTO DE MI ÚLTIMO LIBRO:
"UNIVERSO DE INSTANTES"!!!
Lo de Gervasio comenzó como una más de tantas cosas singulares que tenemos los seres humanos a veces.
Se disgustó fuertemente cuando su novia le reprochó el haber llegado tarde a ver junto a ella, la final del Mundial de Fútbol. Competía su país y estaba en juego nada menos que la Copa. Si, se había olvidado y alcanzó a sentarse al menos, un minuto antes de finalizar el partido, ¿no era suficiente para ella?
En fin, las mujeres…!
Sólo que no era el único incidente que mostraba su tendencia a llegar tarde.
Se quedó nada menos que trece meses en el vientre de su madre. Cuando al fin se sintió algo incómodo y tuvo ganas de nacer y conocer mundo, pesaba sus buenos 6,300 kg. y lucía dos lindos dientes.
Esa particular afición se fue demostrando - y desarrollando - a lo largo de los años.
Les contaré de forma breve: terminó la escuela primaria a los diecisiete años pese a ser un alumno brillante, porque se quiso quedar en ella, así de simple.
El secundario lo finalizó a sus treinta y cinco años, y como no podía ser menos, se recibió de abogado teniendo cincuenta primaveras bien avanzadas.
Claro que tuvo que ganarse la vida mientras tanto, y lo hizo con maestría, ejerciendo un oficio que podría resultar irónico, le apasionaba la relojería y en ello trabajó. Él manejaba el tiempo "a piacere", el de los demás y el suyo propio. Resultó único en su trabajo por la manera en que los relojes le respondían, a veces sonaban con alarmas de tonos diferentes, otros, mudos hasta entonces, dejaban escapar melodías, y los relojes cucú, al salir bailaban un vals, hubo según cuentan, una pareja cierto día ¡que se animó al tango!
¿Qué decir entonces de los relojes de pulsera? Un reloj común de plástico, llegaba a transformarse en metal, cambiaba de marca, otro cada hora, mostraba un diminuto pajarito en la esfera que asomando su cabeza, lanzaba al aire un trino, para luego tímidamente, entrar de inmediato y quedar encerrado bajo el cristal. Su arte se lucía en los más comunes relojes, podían cambiar de forma, de color, y hubo ocasiones en que diminutos diamantes brillaron en su interior.
Las personas hacían fila lógicamente para ser atendidas. Daba turnos con un año de espera, pese a que sus relojes jamás dieron la hora exacta. Alguno que otro adelantaba dos horas o más, pero la mayoría mostraba horas atrasadas de meses…! Claro que Gervasio pensaba que el tiempo no era importante, que no existía. Él les daba a sus clientes mucho más que un tiempo falso.
Ganó una fortuna por suerte, ya que como abogado no tuvo ningún éxito. Elevaba un escrito al juez, cuando el juicio había finalizado diez años atrás o más, le pasó tres veces, hasta que decidió dejar de intentar esa carrera ante la furia de sus clientes. Es que según el razonamiento de Gervasio, ningún ser humano podía ni debía, juzgar a otro.
Tuvo varias novias, bellísimas todas ellas, buenas personas en su mayoría. Con dos muchachas estuvo a punto de casarse, pero algo lo impidió. Llegaba a la iglesia cuando era ya el momento de divorciarse.
Y así la vida fue pasando y cumplió sesenta años, una década más tarde, setenta, ochenta, y al llegar a sus venerables ochenta y cinco años, tuvo una visita.
La estaba esperando en realidad, para eso se engalanó, vistiendo su mejor traje. Aún a sus ochenta y cinco años nadie le ganaba en gallardía. Ella llegó como siempre, justo a la hora exacta, puntual e ineludible. La recibió con muestras de sincero afecto, realmente le tenía cariño a la dientuda. Sí, la misma; la pachona, la flaca, la pelona, ¡la parca y ya!
Tomaron el té y nadie sabe hasta hoy día, lo que hablaron.
El caso fue que no se lo llevó. Don Gervasio siguió viviendo y gozando como podía, a su manera, de la vida.
Pasaron los días y las noches, Don Gervasio para la calaca, se convirtió en una obsesión, pero atenta a los argumentos que sabiamente esgrimió el caballero, nada se podía hacer.
Tanto y tan obsesionada quedó la flaca, que se olvidó por completo de seguir con su tarea. La tierra hacía crecer sus frutos hasta determinado punto, luego éstos seguían siempre perennes, eternos. Las semillas nuevas empujaban las raíces que no les daban cabida e igualmente crecían, pero torcidas. Los seres humanos, los animales de todas las especies, no morían. Permanecían incólumes, a salvo de la muerte mas no de las enfermedades, de los accidentes, de las malformaciones. Cuántos rogaban porque llegue ella, misericordiosa, y se los lleve, cuántos seres oraban por dejar de sufrir. Mientras tanto, seguían naciendo criaturas. Llegó un momento en que pese a que los frutos de la tierra estaban casi intactos, no alcanzaban para abastecer tantos miles de millones de bocas. Los animales no morían y nadie podía matarlos, ellos también ingerían grandes cantidades de todo tipo de forrajes y pasturas. Los grandes carnívoros, los depredadores que la naturaleza había creado, se convirtieron en vegetarianos. Las tierras y los mares avanzaron inexorablemente sobre las ciudades, creciendo y devorando todo a su paso, moviendo los cimientos de algunos edificios. Todo era un caos.
Y así pasaron cinco años. Cinco años que marcaron un hito en la historia de la humanidad. El planeta se pobló de lamentos, de llantos, de rezos. Y de gente.
Hasta que un día, un bendito día, Don Gervasio decidió que ya era tiempo de marcharse de la tierra. Sí, iba a llamarla, ya era hora, estaba muy cansado, verdaderamente agotado. Ni parecía el mismo, casi no le importaba hacer ver sus puntos de vista a los demás. Añoraba descansar, reposar sereno en la placidez del camposanto.
Llamó a la novia fiel, a la ineludible (hasta que se conocieron), y la invitó, –generoso- a llevarlo finalmente.
La muerte de Don Gervasio se festeja aún hoy, como el día de mayor liberación que ha existido desde que el mundo es mundo!
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