domingo, 8 de mayo de 2016

"BUENOS AIRES MÁGICA"



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A Buenos Aires la amo con el alma y la hago mía en cuanto llego a ella. Tengo ansias de comerla de un solo mordisco, la huelo y palpo entera y ella me posee como el mejor de los amantes, nos conocemos desde hace tiempo, y al vernos, no lo pensamos ni un momento, entregándonos por completo. Es un deleite degustarla de a poco, que palpite en mis venas, sentirla tamborilear en el corazón, saborearla íntegra. Ella sabe que conmigo hace lo que quiere, me zarandea, me acaricia, me pone a sus pies o me nombra su reina. Mientras, la recorro pateando penas entre sus piedras, y deslumbrada con cada una de sus estrellas. Más tarde asciendo por un arco iris que surge pintando el cielo, e intento atrapar mis sueños más delirantes. Camino esa noche mil veces por sus calles y avenidas, siempre cambiantes, siempre únicas. 

Al día siguiente apenas doy unos pasos, una bailarina con tutú rosa, purpurina en su rostro muy maquillado, zapatillas de danza y una corona sobre sus rizos rubios, me pide con una inmensa sonrisa unas monedas para el bus. Le pregunto algo asombrada - aunque íntimamente maravillada por su atuendo - : 
-¿Saliste del teatro?, ¿sos bailarina? - 
-No, contesta risueña - ¿qué te dio esa impresión?
-Bueno, tu ropa quizás - respondo algo confundida.
- Para nada. Me visto así, sólo porque me gusta. 
Le doy las monedas, aún sin terminar de deglutir la información. 

Poco después veo un hombre de la cuarta edad, arrastrando sus glorias pasadas, portando un traje que un día fue azul marino y hoy ostenta un remiendo en los bajos, como una condecoración para su gastada elegancia. Hace décadas ese mismo señor habrá tenido varias tallas más, porque hoy en día le cuelga fácilmente unos cuarenta centímetros del hombro izquierdo el saco enorme, y los dobladillos dan varias vueltas en si mismos. 

Un rato más tarde, acudo para un almuerzo tardío, a un restaurante conocido sin demasiado lujo. Son los mejores. Allí, el mozo me sirve una copa de champagne ante mi grata sorpresa. Y mientras espero el pedido, escucho claramente en la mesa de al lado, a un humorista cordobés famoso, planificando con un productor y el dueño de una radio, un programa nuevo. Me entero sin proponérmelo, de las condiciones de su contrato y demás detalles interesantes. En medio de la comida (deliciosa), apenas a unos metros de mi mesa, un caballero se levanta de improviso para cantar apasionadamente y a viva voz de tenor, una parte del aria: Nessum Dorma de la ópera Turandot de Puccini, y el señor que lo acompaña - un músico evidentemente de la orquesta estable - asiente con vigor. Me resulta evidente que se trata de artistas del Teatro Colón, no demasiado distante. Verlos así tan imbuidos en su arte haciendo caso omiso de lo que cualquiera de los comensales piense, hace nacer una inmensa sonrisa de simpatía al recordar otras épocas mías no tan lejanas. Por último, convidada por el mozo, saboreo lo que para mí son tres dulces trozos de nubes escarchadas, luego de pasear ligeras, sobre campos de limoneros. Éxtasis supremo en las tres copitas de limoncello bien frappé. 

Un sonido maravilloso de una casa de música cruzando la avenida, es un llamado ineludible. De inmediato acudo a escucharlo. Veo pantallas enormes que muestran un video de músicos estupendos interpretando el tipo de ritmo que enciende mi sangre, al estilo de Jean Michel Jarré. Quedo allí estática, con la respiración casi suspendida en un revuelo de locura divina, con deseos apenas contenidos, impresionantes; necesito bailar en medio de la calzada y cantar a viva voz. Apenas me doy cuenta de la gente a mi alrededor, todos paralizados por la emoción, gente trabajadora aún con sus trajes de faena, amantes de la calidad, amantes de la cultura que se expresa en cada metro de vereda de esta Buenos Aires, señores con traje y portafolios, todo tipo de personas vibrando al compás de The piano Guys.
Cuando finaliza, quedo agotada pero con mi CD en la mano, sabiendo que podré recomenzar el frenesí para gozarlo cada vez que lo desee.

Todo sucede a lo largo de 50 metros de vereda y en poco más de dos horas. 

Para disfrutar Buenos Aires como lo merece, hay que disponer de una plasticidad mental y sensorial grande, porque los cambios son instantáneos, sorpresivos, caleidoscópicos, y adoran romper estructuras. ¿Cómo no amarla?

Esa misma noche se arma con rapidez e idoneidad un escenario, y se colocan filas y más filas de cómodas sillas hasta completar cinco cuadras de la avenida Corrientes en ocasión de festejar "La noche de las librerías"- Creo estar en el epicentro de la ciudad con mayor cultura a puertas abiertas del mundo. Acumulo kilos y más kilos de libros, sé que deberé pagar exceso de equipaje. No compro nada más, así que poco importa lo que sea que digan en el aeropuerto. Lo que vivencié estos dos días llenan mi corazón, lo completan y es invaluable, pero nadie se dará cuenta de eso. 



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