Cierta vez estando de viaje, me tocó subir escaleras y más escaleras a través de un trecho larguísimo y sumamente empinado, que parecía no tener fin. Noté que subía mejor al doblar un poco mi cuerpo y colocar la cabeza levemente hacia abajo.
Al descender por el mismo camino, se dio lo contrario; bajaba más fácilmente si mantenía el cuerpo erguido y la cabeza derecha, levemente hacia arriba.
Al llegar, asomó una sonrisa a mi rostro al comprobar lo sucedido con la vida misma. Es mejor ascender con una actitud de cierta humildad y resulta acertado también, bajar manteniendo la cabeza en alto. El hecho sencillo de realizar estas acciones me enseñó cosas profundas.
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