martes, 27 de agosto de 2013

"Enamorados"




Los descubrí mientras tomaba el desayuno, sentada junto al gran ventanal del lujoso aunque antiguo hotel. Al principio me pareció que se encontraban parados en la esquina de la vereda de enfrente. Sin embargo al cabo de unos veinte minutos, noté ciertos pequeños movimientos en la pareja, que me indicaron su intención de caminar. Lo hacían apoyándose uno en el otro. De haberse retirado cualquiera de ellos unos milímetros, es probable que ambos hubieran aterrizado de cara contra las baldosas de la vereda.
A través del vidrio, observé que se habían puesto de acuerdo indudablemente, para dar cada pasito acompasado. Con el pié derecho adelantaban y paraban al mismo tiempo, luego, cada tres minutos y medio de acuerdo a mi reloj, lograban hacer lo mismo con el izquierdo y así...
Muy emperifollados y tiesos, lucía ella un vestido de muselina color violeta con una capita de piel blanca como la nieve, y él un traje de gabardina gris que cubría con un poncho de vicuña color bordó oscuro. Única nota de color muy necesaria por cierto en ellos. Los dos con guantes y sombreritos, en esa mañana afiebrada de pleno verano. Mientras terminaba mi croissant, tuve ocasión de ver las piernas de la dama, enfundadas en lo que parecían a la distancia por el brillo, finas medias de seda. Hacía tiempo no veía personas tan elegantes, claro que entre ambos reunían una más que considerable cantidad de años. Mi desayuno había terminado y la pareja aún no cruzaba la Rue de la Tuilerie, por lo tanto me retiré a mi habitación.-

Al bajar una hora más tarde, tuve la grata sorpresa de verlos entrar al gran hall del hotel. Recordé en ese momento los ruidos de bocinas, improperios, y toda la batahola que se había armado un rato antes sorprendiéndome, y se me ocurrió que podían ser ellos el motivo. Noté que el caballero portaba un hermoso bastón, el cual a juzgar por los movimientos un tanto espasmódicos y temblequeantes de su mano, amenazaba con ir a parar al piso dejándolo sin apoyo. Un tanto fascinada, contemplé cómo el mango de madera noble lustrada, iba y venía, se soltaba y regresaba a su dueño, igual que un lazarillo obediente. Sus figuras un tanto oscuras, se destacaban por contraste ante la luz centelleante de la media mañana. Sin embargo no podía decir lo mismo de sus semblantes y cabellos que parecían desdibujados por un tono ceniciento. La piel desnuda, de la que enseñaban muy poco, parecía polvorienta. Al pasar despaciosamente frente a mí, creí que el cielo se había cubierto de nubes ya que todo se oscureció. Froté mis ojos, pero no, el sol seguía radiante y luminoso. Sin embargo un espejo a mi derecha pareció cubrirse de una finísima escarcha. Lo toqué asombrada y constaté que se había helado. Lo único que atiné, fue a dibujar un sol en el mismo, casi como un ingenuo símbolo de exorcismo.

Ya se encontraban frente a la Conserjería, y me acerqué movida por la curiosidad. Escuché al señor, preguntando si la Suite Azul estaba en ese momento desocupada, porque les interesaba pasar uno o dos días en ella.
Su señora comentó, mientras un leve rubor teñía su cara de alabastro, que fue en esa Suite donde pasaron su noche de bodas, y ese mismo día de Julio, era el Aniversario de su casamiento. Los dos, expectantes, miraron al mismo tiempo al Conserje, quien parecía no haberlos escuchado. Molesta ante la falta de respeto evidenciada por el empleado, llamé su atención haciéndole notar que la pareja ya entrada en años que se encontraba a mi lado, estaba aguardando la respuesta a su pregunta. El Conserje se acomodó el uniforme un tanto incómodo, como si le picara la tela, y con voz grave me dijo – Señora, debe haber una confusión, acá no hay nadie más que usted – 
Casi al punto de la indignación ante tamaña falsedad, me volví hacia ellos musitando disculpas por el servicio. La pareja sonrió desmayadamente agradeciendo mi apoyo, y comentó que hacía varios años se negaban a recibirlos. Los miré alejarse con extrema lentitud, parecían utilizar toda la energía disponible, mientras iban apoyándose uno en el otro casi abrazados, mirándose a los ojos, llenos de amor. Sus figuras se fueron difuminando dentro de la luz que esperaba fuera, para absorberlos. 




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