"MANO SANTA"
En realidad, no deberían haberse ido jamás de la casa que los cobijaba. Era tibia, confortante, ideal para el romance. Pero ella quiso apreciar las luces y rayos, los truenos retumbando en pleno río, la fosforescencia que parecía surgir de las aguas en movimiento. Y hacia allá fueron, tomados de la mano como los jóvenes novios que eran.
Estaban en el bote, a mitad del río, maravillados por la fuerza de la Naturaleza, sacudidos por el viento, asombrados ante ese espectáculo único, incomparable, de una tormenta impresionante.
Se abrazaron temerosos, para luego quedar cada uno al costado del bote a fin que no volcase. Y estaban a punto de regresar algo asustados, ya que los truenos se escuchaban cada vez más feroces y cercanos como perros enardecidos, cuando surgió un rayo, un sólo rayo que les cambió la vida para siempre.
El rayo pegó justo en la cabeza de la muchacha, justo en la corona de su cabeza, pareció recorrerla íntegra como un látigo zigzagueante, quedando deslumbrantemente encendida, para luego desplomarse en un instante. Su novio corrió hacia ella inútilmente, parecía muerta. Enloquecido comenzó a gritar, a pedir auxilio aunque no hubiese nadie a la vista. Tomó entonces el control de la situación y remó hasta agotarse contra el viento, la lluvia y la corriente, para llegar a la orilla.
Luego saltó, arrimando el bote con su pasajera y lo ató. Con infinito cuidado la alzó y llevó en brazos todo lo que pudo, depositándola cada tanto bajo los árboles, aunque sabía que también era peligroso, en realidad todo lo era en esos momentos.
Al llagar a la casa (bendita casa) la colocó con sumo cuidado en un sofá, frente a la chimenea que aún tenía algunos leños encendidos, quedando restos de su calor.
Le tomó el pulso y le pareció que aunque débil, aún latía. Casi se puso a saltar loco de alegría ante esa revelación, pero lo que hizo fue más sensato, comenzó a darle respiración boca a boca y a comprimir su pecho, tal como una vez vio que se debía hacer en primeros auxilios.
La chica comenzó a reaccionar al cabo de poco rato. Al principio no recordaba nada, luego poco a poco, recuperó la memoria, pero la cosa no terminó ahí, en realidad recién principiaba.
Una serie de flores fosforescentes se dibujó en la piel como si la misma fuera un encaje vivo. Las flores parecían danzar sobre ella, bellas, únicas, flores que llevaban el perfume de su piel y que parecían incendiarse a cada instante, como si estuviesen creando una coreografía especial. Ambos las miraron admirados, no podían creer que estuviese pasando tal arborescencia subcutánea frente a sus ojos. Era un espectáculo hermoso pero inimaginable.
Sus ojos parecían emitir diminutos rayos también y al hablar, de su boca en forma de corazón, a veces salía fuego como si se tratase de una Saphira moderna.
Ella estaba asustada, algo después, habiendo tomado un té y conversando con su pareja, se tranquilizó. No volvieron a salir llamas de su boca, pero sus ojos quedaron despidiendo rayos por siempre, sobre todo cuando se enojaba.
Lo más curioso de todo ocurrió cuando acarició al perro que tenían, ya muy viejo y enfermo y éste pareció rejuvenecer y se curó. Más tarde probó de hacerlo con una vecina, y luego con otra y otra...
Todo su cuerpo, había sido impregnado para siempre, con la energía impresionante del rayo, pleno de reverberante esplendor. Su luz milagrosa, emanaba de de cada poro de la piel y hacía que sus manos fueran santas y sanadoras.
Al pueblo llegó la noticia, y comenzaron a llegar a la casa, filas de personas buscando sanación. Personas que fueron atendidas con esmero y completo amor de parte de ella.
Hay leyendas que rozan lo místico, leyendas que hablan del poder impresionante del rayo. Creo que toda esa potencia le fue transmitida maravillosamente íntegra, al caer justo en su cabeza, en la parte de su corona.
Delia
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