martes, 31 de mayo de 2016

"GERVASIO, EL HOMBRE SIN TIEMPO"



UN ADELANTO DE MI ÚLTIMO LIBRO: 

"UNIVERSO DE INSTANTES"!!!





Lo de Gervasio comenzó como una más de tantas cosas singulares que tenemos los seres humanos a veces.


Se disgustó fuertemente cuando su novia le reprochó el haber llegado tarde a ver junto a ella, la final del Mundial de Fútbol. Competía su país y estaba en juego nada menos que la Copa. Si, se había olvidado y alcanzó a sentarse al menos, un minuto antes de finalizar el partido, ¿no era suficiente para ella?

En fin, las mujeres…!

Sólo que no era el único incidente que mostraba su tendencia a llegar tarde.

Se quedó nada menos que trece meses en el vientre de su madre. Cuando al fin se sintió algo incómodo y tuvo ganas de nacer y conocer mundo, pesaba sus buenos 6,300 kg. y lucía dos lindos dientes.

Esa particular afición se fue demostrando - y desarrollando - a lo largo de los años.

Les contaré de forma breve: terminó la escuela primaria a los diecisiete años pese a ser un alumno brillante, porque se quiso quedar en ella, así de simple.
El secundario lo finalizó a sus treinta y cinco años, y como no podía ser menos, se recibió de abogado teniendo cincuenta primaveras bien avanzadas.

Claro que tuvo que ganarse la vida mientras tanto, y lo hizo con maestría, ejerciendo un oficio que podría resultar irónico, le apasionaba la relojería y en ello trabajó. Él manejaba el tiempo "a piacere", el de los demás y el suyo propio. Resultó único en su trabajo por la manera en que los relojes le respondían, a veces sonaban con alarmas de tonos diferentes, otros, mudos hasta entonces, dejaban escapar melodías, y los relojes cucú, al salir bailaban un vals, hubo según cuentan, una pareja cierto día ¡que se animó al tango!

¿Qué decir entonces de los relojes de pulsera? Un reloj común de plástico, llegaba a transformarse en metal, cambiaba de marca, otro cada hora, mostraba un diminuto pajarito en la esfera que asomando su cabeza, lanzaba al aire un trino, para luego tímidamente, entrar de inmediato y quedar encerrado bajo el cristal. Su arte se lucía en los más comunes relojes, podían cambiar de forma, de color, y hubo ocasiones en que diminutos diamantes brillaron en su interior.

Las personas hacían fila lógicamente para ser atendidas. Daba turnos con un año de espera, pese a que sus relojes jamás dieron la hora exacta. Alguno que otro adelantaba dos horas o más, pero la mayoría mostraba horas atrasadas de meses…! Claro que Gervasio pensaba que el tiempo no era importante, que no existía. Él les daba a sus clientes mucho más que un tiempo falso.

Ganó una fortuna por suerte, ya que como abogado no tuvo ningún éxito. Elevaba un escrito al juez, cuando el juicio había finalizado diez años atrás o más, le pasó tres veces, hasta que decidió dejar de intentar esa carrera ante la furia de sus clientes. Es que según el razonamiento de Gervasio, ningún ser humano podía ni debía, juzgar a otro.

Tuvo varias novias, bellísimas todas ellas, buenas personas en su mayoría. Con dos muchachas estuvo a punto de casarse, pero algo lo impidió. Llegaba a la iglesia cuando era ya el momento de divorciarse.

Y así la vida fue pasando y cumplió sesenta años, una década más tarde, setenta, ochenta, y al llegar a sus venerables ochenta y cinco años, tuvo una visita.

La estaba esperando en realidad, para eso se engalanó, vistiendo su mejor traje. Aún a sus ochenta y cinco años nadie le ganaba en gallardía. Ella llegó como siempre, justo a la hora exacta, puntual e ineludible. La recibió con muestras de sincero afecto, realmente le tenía cariño a la dientuda. Sí, la misma; la pachona, la flaca, la pelona, ¡la parca y ya!

Tomaron el té y nadie sabe hasta hoy día, lo que hablaron.

El caso fue que no se lo llevó. Don Gervasio siguió viviendo y gozando como podía, a su manera, de la vida.

Pasaron los días y las noches, Don Gervasio para la calaca, se convirtió en una obsesión, pero atenta a los argumentos que sabiamente esgrimió el caballero, nada se podía hacer.

Tanto y tan obsesionada quedó la flaca, que se olvidó por completo de seguir con su tarea. La tierra hacía crecer sus frutos hasta determinado punto, luego éstos seguían siempre perennes, eternos. Las semillas nuevas empujaban las raíces que no les daban cabida e igualmente crecían, pero torcidas. Los seres humanos, los animales de todas las especies, no morían. Permanecían incólumes, a salvo de la muerte mas no de las enfermedades, de los accidentes, de las malformaciones. Cuántos rogaban porque llegue ella, misericordiosa, y se los lleve, cuántos seres oraban por dejar de sufrir. Mientras tanto, seguían naciendo criaturas. Llegó un momento en que pese a que los frutos de la tierra estaban casi intactos, no alcanzaban para abastecer tantos miles de millones de bocas. Los animales no morían y nadie podía matarlos, ellos también ingerían grandes cantidades de todo tipo de forrajes y pasturas. Los grandes carnívoros, los depredadores que la naturaleza había creado, se convirtieron en vegetarianos. Las tierras y los mares avanzaron inexorablemente sobre las ciudades, creciendo y devorando todo a su paso, moviendo los cimientos de algunos edificios. Todo era un caos.

Y así pasaron cinco años. Cinco años que marcaron un hito en la historia de la humanidad. El planeta se pobló de lamentos, de llantos, de rezos. Y de gente.

Hasta que un día, un bendito día, Don Gervasio decidió que ya era tiempo de marcharse de la tierra. Sí, iba a llamarla, ya era hora, estaba muy cansado, verdaderamente agotado. Ni parecía el mismo, casi no le importaba hacer ver sus puntos de vista a los demás. Añoraba descansar, reposar sereno en la placidez del camposanto.

Llamó a la novia fiel, a la ineludible (hasta que se conocieron), y la invitó, –generoso- a llevarlo finalmente.

La muerte de Don Gervasio se festeja aún hoy, como el día de mayor liberación que ha existido desde que el mundo es mundo!


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domingo, 8 de mayo de 2016

"BUENOS AIRES MÁGICA"



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A Buenos Aires la amo con el alma y la hago mía en cuanto llego a ella. Tengo ansias de comerla de un solo mordisco, la huelo y palpo entera y ella me posee como el mejor de los amantes, nos conocemos desde hace tiempo, y al vernos, no lo pensamos ni un momento, entregándonos por completo. Es un deleite degustarla de a poco, que palpite en mis venas, sentirla tamborilear en el corazón, saborearla íntegra. Ella sabe que conmigo hace lo que quiere, me zarandea, me acaricia, me pone a sus pies o me nombra su reina. Mientras, la recorro pateando penas entre sus piedras, y deslumbrada con cada una de sus estrellas. Más tarde asciendo por un arco iris que surge pintando el cielo, e intento atrapar mis sueños más delirantes. Camino esa noche mil veces por sus calles y avenidas, siempre cambiantes, siempre únicas. 

Al día siguiente apenas doy unos pasos, una bailarina con tutú rosa, purpurina en su rostro muy maquillado, zapatillas de danza y una corona sobre sus rizos rubios, me pide con una inmensa sonrisa unas monedas para el bus. Le pregunto algo asombrada - aunque íntimamente maravillada por su atuendo - : 
-¿Saliste del teatro?, ¿sos bailarina? - 
-No, contesta risueña - ¿qué te dio esa impresión?
-Bueno, tu ropa quizás - respondo algo confundida.
- Para nada. Me visto así, sólo porque me gusta. 
Le doy las monedas, aún sin terminar de deglutir la información. 

Poco después veo un hombre de la cuarta edad, arrastrando sus glorias pasadas, portando un traje que un día fue azul marino y hoy ostenta un remiendo en los bajos, como una condecoración para su gastada elegancia. Hace décadas ese mismo señor habrá tenido varias tallas más, porque hoy en día le cuelga fácilmente unos cuarenta centímetros del hombro izquierdo el saco enorme, y los dobladillos dan varias vueltas en si mismos. 

Un rato más tarde, acudo para un almuerzo tardío, a un restaurante conocido sin demasiado lujo. Son los mejores. Allí, el mozo me sirve una copa de champagne ante mi grata sorpresa. Y mientras espero el pedido, escucho claramente en la mesa de al lado, a un humorista cordobés famoso, planificando con un productor y el dueño de una radio, un programa nuevo. Me entero sin proponérmelo, de las condiciones de su contrato y demás detalles interesantes. En medio de la comida (deliciosa), apenas a unos metros de mi mesa, un caballero se levanta de improviso para cantar apasionadamente y a viva voz de tenor, una parte del aria: Nessum Dorma de la ópera Turandot de Puccini, y el señor que lo acompaña - un músico evidentemente de la orquesta estable - asiente con vigor. Me resulta evidente que se trata de artistas del Teatro Colón, no demasiado distante. Verlos así tan imbuidos en su arte haciendo caso omiso de lo que cualquiera de los comensales piense, hace nacer una inmensa sonrisa de simpatía al recordar otras épocas mías no tan lejanas. Por último, convidada por el mozo, saboreo lo que para mí son tres dulces trozos de nubes escarchadas, luego de pasear ligeras, sobre campos de limoneros. Éxtasis supremo en las tres copitas de limoncello bien frappé. 

Un sonido maravilloso de una casa de música cruzando la avenida, es un llamado ineludible. De inmediato acudo a escucharlo. Veo pantallas enormes que muestran un video de músicos estupendos interpretando el tipo de ritmo que enciende mi sangre, al estilo de Jean Michel Jarré. Quedo allí estática, con la respiración casi suspendida en un revuelo de locura divina, con deseos apenas contenidos, impresionantes; necesito bailar en medio de la calzada y cantar a viva voz. Apenas me doy cuenta de la gente a mi alrededor, todos paralizados por la emoción, gente trabajadora aún con sus trajes de faena, amantes de la calidad, amantes de la cultura que se expresa en cada metro de vereda de esta Buenos Aires, señores con traje y portafolios, todo tipo de personas vibrando al compás de The piano Guys.
Cuando finaliza, quedo agotada pero con mi CD en la mano, sabiendo que podré recomenzar el frenesí para gozarlo cada vez que lo desee.

Todo sucede a lo largo de 50 metros de vereda y en poco más de dos horas. 

Para disfrutar Buenos Aires como lo merece, hay que disponer de una plasticidad mental y sensorial grande, porque los cambios son instantáneos, sorpresivos, caleidoscópicos, y adoran romper estructuras. ¿Cómo no amarla?

Esa misma noche se arma con rapidez e idoneidad un escenario, y se colocan filas y más filas de cómodas sillas hasta completar cinco cuadras de la avenida Corrientes en ocasión de festejar "La noche de las librerías"- Creo estar en el epicentro de la ciudad con mayor cultura a puertas abiertas del mundo. Acumulo kilos y más kilos de libros, sé que deberé pagar exceso de equipaje. No compro nada más, así que poco importa lo que sea que digan en el aeropuerto. Lo que vivencié estos dos días llenan mi corazón, lo completan y es invaluable, pero nadie se dará cuenta de eso. 



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